jueves, 31 de diciembre de 2015

El verdadero arte de regalar

Foto de un catálogo de Versace. Una imagen que
tenía en la cabecera de mi cama, que me daba fuerza
y que perdí en mis
traslados pero que hace poco recuperé, sin buscar. Un regalo para mí.

"Deja ir aquello que se ha ido.
Deja ir aquello que se perdió.
Deja ir aquello que aún no está pasando.
Lo que sucedió en el pasado y lo que sucederá en el futuro,
sólo existe en tu mente (...)
Deja en paz aquello que no ha llegado aún.
No desees nada, y abraza todo"

YOGI AMRIT DESAI


Me encuentro haciendo una breve reflexión involuntaria en esta época de cierre simbólico.
La Navidad, el Fin de Año y el propio invierno como etapa en la que la naturaleza se sumerge y entra en un lento letargo. Donde mueren las hojas y los árboles se quedan desnudos, con ramas solitarias.

Y por otro lado son unos días de frenética intensidad y actividad social, familiar. Días en los que las tiendas están "a tope", donde las luces no descansan ni de noche, donde la comida y los dulces inundan mesas, neveras y, tristemente, bolsas de la basura.

Son días de opulencia.... días de excesos... o incluso días de sacrificios. 


Son días en los que, además, cobra un rol importante el "regalar". 
Y es cuando pienso en  "regalos" que me doy cuenta de que cada vez necesito menos "cosas". O quizá no es esa la cuestión, es más que no siento ese "deseo" por un objeto (jersey, pantalón, pendientes...) como igual lo sentía hace 10 años. No es que no me gusten los regalos. Es que el significado del regalo ha cambiado para mí... y para mucha otra gente con la que hablo.


Pensemos en la diferencia que existe entre la cara de un niño y la cara de un adulto al recibir un regalo:
- Un niño tiene la ilusión del regalo. No entiende de las presiones, de las prisas, del agobio económico...
- Un adulto se ve presionado por la obligación de regalar tantas veces que ha perdido la espontaneidad en el regalo. Ha perdido la belleza del regalo. Ha dejado muy atrás la magia de la emoción que envuelve dichos regalos.

Leí hace poso esa preciosa frase de que "el verdadero regalo son las manos que lo dan". Gran insight. Y... ¿a quién no le ha pasado? Recibir un regalo sorpresa de una amiga y ser tan grande la emoción, la sorpresa que a veces tardas en abrir el paquete... porque en el fondo es lo que menos importa. Lo más importante es que alguien te haya tenido en cuenta, que haya pensado en tí, que haya querido demostrarte su cariño con un "gesto"... Y es un simple gesto muchas veces. Es algo muy fácil y sencillo. Sólo hay que pensar.

Sin embargo -y más en estas épocas donde el regalo es una obligación social y moral - el regalar se vive con presión. Muchas veces como un acto cuantitativo (cuantos más regalos mejor, cuanto más grande la caja mejor, cuanto más me he gastado más quiero a la persona...).  

Y encima, llegamos a tal punto que "no sabemos qué regalar porque tiene de todo". Decidme, ¿cuántas veces no habéis dicho u oído esta frase? Y guarda un tremendo aprendizaje, guarda un enorme significado:
  • Por un lado estamos asociando al regalo con "algo que no se debe de tener". Por tanto algo que cubre una carencia.
  • Por otro lado se pone de manifiesto un punto de saturación "tenerlo todo", con lo cual la parte de "sorpresa" del regalo se pierde o puede incluso crear frustraciones (si ya está repetido).
En este sentido se oyen ya muchas voces que tratan de reducir los regalos a los niños. Niños que se vuelven consentidos, niños que ya no valoran el regalo sino la cantidad. Niños a los que les preguntas qué les han regalado los Reyes y no saben ni responder... porque ni siquiera se acuerdan de todo.

Saturación. Saturación de estímulos en los anuncios, en los catálogos de juguetes que parecen verdaderas biblias. Saturación que tiene como posibles consecuencias el bloqueo o la simplificación: volver a lo básico... Aunque, ¿dónde quedó lo básico? 

Cuanto más pienso, más siento que hemos perdido el norte. Hemos perdido el significado emocional del regalo y nos hemos quedado con el significado social: ese "objeto" que expresa la reciprocidad, ese "objeto" que "debe estar" para "mostrar" interés en la relación afectiva con la otra persona.
Ese "objeto" que se acumula en montañas olvidadas en un rincón del hogar, acumulando polvo en numerosas ocasiones.... Esos objetos que sólo cuando hacemos una mudanza volvemos a ver y es entonces cuando pensamos: "¿para qué quería yo esto?"; sin saber qué responder.

En este sentido también empiezan a o irse voces de la idea del "desprenderse".

Desprenderse...  Liberarse... Dejar ir...  Son palabras que resuenan como el eco en las redes sociales, son teorías que han dado lugar a libros como el de la japonesa Marie Kondo "The Life-Changing Magic of Tidying Up", en numerosas charlas de pedagogía para afrontar la falta de interés de los niños en las clases (debido a la saturación de estímulos a la que se ven expuestos).



Desprenderse no sólo de objetos inútiles que regalamos o nos regalan. "Desprenderse" como tendencia holística dentro de un mundo saturado de objetos materiales, nuevos o versionados.

Desprenderse para, sólo así, poder entender el "encanto natural" de lo simple, de lo espontáneo, de que el mejor regalo no es el planificado, el obligado... sino el que sale del "alma".

Y llegado a este punto no puedo sino hacer mención a una amiga o compañera de viaje que hace una incalculable labor en este terreno. Hace poco, hablando con ella, me di cuenta de todo esto que estoy escribiendo. Entendí que cuando llegamos a una edad donde hemos dejado atrás la inocencia, el mejor regalo es "ese recuerdo" que igual luego se materializa en un objeto, pero donde el objeto es lo anecdótico.

Olabautyu crea experiencias memorables... ¿qué mejor regalo que una emoción? ¿qué mejor regalo que una historia donde la persona homenajeada es la protagonista? Sin importar cuándo, sin importar qué objeto sea el regalo que guíe la historia... porque precisamente el protagonista debe ser la persona y no el objeto. Ese es el cambio de perspectiva al que me gustaría que llegáramos.

Sólo hay que oír a las personas que queremos. Sólo tenemos que escuchar sus historias. Por ejemplo, esas "botas de agua" que siempre quisiste tener de pequeña, "ese Scalextric" que no te compraron porque eras una niña... El objeto es la excusa, es el símbolo. La historia, la emoción, la palabra, el gesto, el tiempo invertido... ese es el verdadero regalo.

Lydia es capaz de recrear esa magia. Es capaz de ayudarnos a "regalar" mejor. A "regalar" emociones. Y es sólo un ejemplo que  espero que abra tendencia para que nos volvamos más humanos, menos fríos... Y para que entendamos que la magia existe. De igual modo que existen las cosquillas, las lágrimas y las risas.



Feliz 2016.
Happy Today

Otro regalo que guardo y que encontramos por casualidad:
un papel en el que mi abuela había escrito mi número de Madrid
al lado de mi nombre... Lo recorté y ahora me acompaña
siempre en mi cartera... Uno de mis mayores tesoros

domingo, 27 de septiembre de 2015

Contagio emocional


Era la cuarta vez que ponía el mismo anuncio en un grupo de discusión pero la reacción de las participantes fue distinta.

Sin saber porqué empecé a notar cómo se me erizaba el vello. Empecé a sentir que o me autocontrolaba o se escaparía alguna lágrima rebelde de mis ojos. Y eso no lo puede hacer un buen moderador.

Lo notaba en el ambiente, en mi piel, pero necesitaba confirmación por parte de esas mujeres con las que estaba compartiendo ese momento que  nos había proporcionado un spot de TV: "¿qué habéis sentido?" les dije. Y entonces me confirmaron que habían sentido cómo la emoción les embargaba, cómo la mujer del anuncio, junto con la música, las arrastraba de manera irremediable a sentir su propia fuerza interna, su lucha, su valía.... A reconocerse como mujeres poderosas. A quererse.

Eso es conexión emocional y lo mejor... se siente bajo la piel, se contagia.



Desde ese momento no paro de pensar en varias cosas... Varias cosas que se me agolpan y no sé si podré poner en orden en mi cabeza.

Primero de todo pensé en Inma, mi jefa, mentora y amiga. Cuando yo empezaba a trabajar en Research International me enfrenté a mi primer caso de reacción que denomino de "encefalograma plano" ante una comunicación. Recuerdo que evaluaba publicidad de tabaco y el grupo se tornó monosílabo, aburrido... y la energía bajó. Los que moderamos grupos sabemos que esta situación te complica mucho una reunión porque lo que necesitas es que la gente hable, comente, exprese su opinión  (independientemente de que sea  positiva o negativa), con lo cual si se te "callan" !estás muerta!.
Inma seguía tras el espejo el grupo y cuando acabé me dio uno de los mejores consejos de mi vida: si ves que no reaccionan enfréntate a ellos, pregúntales ¿qué os pasa? Si sientes que no les dice nada la comunicación, expresa lo que sientes, diles "os noto fríos, ¿es así?"  De este modo les puedes hacer reaccionar ante su propia reacción.
Magnífico consejo para ponerle voz a esas "emociones" que se callan y no se "ven" al no ser verbalizadas.

Pero más allá del plano puramente profesional, pensé en la - llamémosle magia - de sentir esas energías o emociones.



Con este estudio he tenido la posibilidad de sentirlas de un modo casi tangible:

1) Un mismo anuncio, por tanto, un mismo estímulo.

2) Diferentes reacciones que antes de ser expresadas en voz alta (porque tenían que escribir sus impresiones en papel) me hacían sentir a  mi misma, frente a esas mujeres de manera diferente. Me hacía intuir el grado de entusiasmo.... estando de espaldas a ellas.... sin mirarlas y lo sentía. No os podéis imaginar cómo se siente.

Un mismo anuncio y en uno de los grupos la conexión era tan baja que casi me entraron ganas de acabar la reunión en ese momento (de la baja energía y apatía que se desprendía), mientras que en otro grupo me entró una emoción y un optimismo tan maravilloso que me tuve que bajar las mangas del jersey....

¿No os parece increíble?

¿No os parece maravillosa la energía humana?

¿No creéis que deberíamos escuchar más lo que sentimos? Llámese "corazonada", llámese "instinto"... Todo aquello "intangible" que sentimos... y no expresamos. Que dada nuestra racionalidad necesitamos contrastar para estar seguros de lo que hemos sentido (sobre todo en investigación).
Fotografía: Heather Evans Smith

Supongo que en el fondo es lo que me decía siempre mi abuela. Lo que también me dijo la última vez que la vi: "escucha tu corazón". Bien... ahora he "contrastado empíricamente" que mi "corazón" tiene voz. Ahora empiezo a empezar a entenderlo y a escucharlo.



miércoles, 26 de agosto de 2015

"Hazme reír y soy tuya" (le dijo un consumidor a su marca)

Fuente: modernhepburn

El pasado lunes no fue un día cualquiera. Fue un lunes diferente porque me enfrentaba al reto de comprar champú en una gran superficie.

Durante muchos años compraba champú a través de webs online en las que conseguía mi querida marca de H2O a base de plancton marino. Pero con el tiempo, los niños, los recortes... te haces más práctica (tu pelo no, sigue igual de exigente).

Lo malo es que cuando compro este tipo de productos en hiper o supermercado mi nivel de credibilidad de las "promesas" o beneficios que anuncian las principales marcas desciende a mínimos. No creo ni que me aporten el brillo que dicen, ni que nutran lo suficiente o que consigan reestructurar las puntas dañadas o resecas... No tengo fe y acabo eligiendo por cuál es el que huele mejor.

Y además, lo confieso, me aburre. Me aburre elegir por pura necesidad entre aquello que no me motiva. Es como: "pinto, pinto, gorgorito... pim pam fuera... tú te vas y tú te quedas".


Así lo hice el lunes en Carrefour. De hecho ya tenía en mis manos un champú, ya lo había metido en el carro... cuando de repente captó la atención de mi vista algo "no visto". Miré con detenimiento y vi que efectivamente se trataba de una nueva marca de champú que desconocía. Pero además de la novedad y de un olor maravilloso a Cheiw de fresa ácida que me transportó a mi infancia, esta marca me hizo reír. Algo que realmente no esperaba hacer en la compra de mi champú.


Evidentemente saqué del carro al otro champú y metí a Aussie, sin apenas mirar el precio. Me daba igual. Es el único que me dio algo de emoción.

Dejadme hacer un breve análisis de qué es lo que me gustó de Aussie a parte de hacerme reír:

1) Novedad y desconocimiento: la emoción de lo nuevo, creo que a nadie le es indiferente. El ser humano es curioso por naturaleza por lo que probar, cambiar, renovarse... forman parte del motor de la vida misma.
Claro que esto se agota rápido. No es base suficiente para una marca.

2) Humor: "pelo algo triste"; "Es un milagro (más o menos). Vale, no es como si te tocase la lotería pero nuestra fórmula..."
Utilizar el humor en un champú - sin perder el reason why - es un recurso no sólo original, sino que logra cierta conexión emocional con una marca desconocida.
Ya sé que estamos hablando de un champú y no de una persona, pero también estamos hablando de elegir entre toda una serie de opciones que me parecían similares.
En mi caso, lo que marcó la diferencia fue el acercamiento en clave de humor. Me llamó la atención y me provocó una sonrisa. Eso debe agradecerse. Siempre.



3) Seguridad y valentía: "Hay cosas más importantes en la vida que tu pelo, pero es un buen lugar para comenzar. Filosofía Aussie"
Utilizar el humor como recurso es algo que pocas marcas se atreven a hacer. Denota seguridad porque rompe moldes, rompe lo esperado.
En general el conservadurismo es lo que predomina, así como los beneficios racionales basados en nuevas fórmulas que te dan más brillo porque llevan extractos de aguacate, macadamia o veneno de reptil...
Teniendo en cuenta que para mí era una marca desconocida, su valentía me supuso un punto extra de confianza y seguridad.

4) Honestidad: "Es un milagro ... Vale, no es como si te tocase la lotería pero nuestra fórmula..." "Para obtener mejores resultados úsalo con el acondicionador Aussie Miracle Hydration (¿Eso ya lo sabías tú, no?)
Sin perder su tono divertido, la marca se muestra honesta en la medida en que juega con las clásicas frases que prometen milagros o resultados maravillosos. Y la honestidad en una marca, la hace digna de credibilidad.

5) Cercanía emocional: el tono, las bromas, la aparente confianza con el consumidor rompen la frialdad de la comunicación entre objeto y sujeto. La marca se acerca, empatiza e interactúa.

6) Aroma: Fundamental. El aroma al champú es como el sabor al alimento. Para mi fundamental y potenciador de la experiencia. Y encima conectado a recuerdos de la infancia... por esas reminiscencias a los chicles Cheiw de fresa ácida. Como dice la propia marca; "toma aire, y déjate envolver por su delicioso aroma".

¿Y todo esto en un pack que luego se tira a la basura? (algo que dirían nuestras madres, al menos  es algo que me dice muchas veces la mía)
Pues sí, esa es la magia del marketing bien hecho. La magia de comunicar y expresar. La magia de darse a conocer sin conocerse. La magia de provocar sentimientos, sensaciones, conexiones que van más allá de lo físico, mucho más lejos de los límites terrenales del producto.

No quería hacer una apología a las bondades de esta marca, sino que más bien he utilizado a la marca para poner de manifiesto cuáles son las claves de éxito de la misma. Claves que podrían utilizar otras marcas, claves que me hacen pensar en cómo de irracionalmente elegimos a veces (ojo, "a veces", depende de la categoría, de nuestras expectativas e intereses).

He visto tantas veces por mi trabajo ideas, diseños, publicidades brillantes, arriesgadas, impactantes... maravillosas que tristemente se han visto frenadas por el miedo, el conservadurismo que cada vez que veo un punto de valentía apuesto al máximo por ello.

Muchos dirán que los cementerios están llenos de valientes. Y sí es verdad. Pero la evolución humana no hubiera sido posible sin ellos, sin el coraje de romper lo establecido.


martes, 25 de agosto de 2015

Y colorín colorado... este cuento se ha modificado



"Eres tú el príncipe azul que yo soñé... Eres tú, tus ojos me vieron con ternuras de amor..."

Así decía la canción de "La Bella durmiente". Una canción que seguro muchas personas recordamos.

De acuerdo, quizá los niños de esta generación ya no crecen con estas historias de amor a primera vista, ni con príncipes azules...

Pero eso... ¿no es "culpa" nuestra?
Somos nosotros los que tratamos de luchar y desterrar de los confines de nuestro cerebro a ese príncipe azul que se implantó una vez en un sueño... Ay perdón, no. Una vez cuando éramos niñas.

La Bella Durmiente, La Cenicienta, Blancanieves, Rapunzel, La Sirenita... todas las protagonistas de esos cuentos que leímos de pequeños tenían unos ingredientes básicos: bellas mujeres pero con una terrible mala suerte hasta el momento ya que los celos o la envidia habían hecho que su presente fuera un infierno. Pero todas, absolutamente todas iban a tener un final feliz porque venía su príncipe azul y las salvaba de su terrible vida llena de injusticias. Y al final lo celebraban... ¿comiendo perdices? ¡Ay Dios! eso nunca lo entendí. Yo es que soy más de celebrar con un pastel y una copa de cava, pero bueno, sobre gustos...



Estos cuentos, aparentemente inofensivos, guardan un enorme simbolismo, un gran dictado de lo "óptimo" e ideal. Tanto de cómo tiene que ser una mujer (guapa, fina, educada, sencilla pese a tener grandes talentos y dotes, con una voz exquisita, buen gusto ...) y un hombre (más alto, apuesto, atrevido, valiente, fuerte, de mejor posición social, etc.).

Asimismo hay aprendizajes clave: las princesas (o futuras princesas) no deben ser díscolas. Se deben a su hombre. Punto. Lo conocen y "es él". Es el amor verdadero. Así de simple. Ellos igualmente lo tienen muy claro: aunque hay miles y miles de mujeres a su alrededor, sólo tienen ojos para su princesa. Y da igual el impedimento que haya por medio porque el amor lo salva todo.

Hay muchos y muchos más mensajes... pero ya hay literatura dedicada a esto. Mi reflexión es otra.

Nosotros crecimos de algún modo con todo ese imaginario. Con sus pros y sus contras. Con sus exigentes ideales y sus alentadoras esperanzas de que "todo llegará".

Sin embargo, desde hace ya muchos años que venimos por un lado desmitificando al príncipe - sí, somos las mujeres, los hombres aún no han matado del todo a las princesas, quizá sigan jugando con sus coches -. Y por otro recuperando la magia de los cuentos... Y no es una contradicción. Yo lo interpreto como un reflejo de una frustración generada por el modelo a seguir: la imposibilidad de conquistar al príncipe azul. La imposibilidad de  - primero encontrar y luego -"enamorar locamente" a ese hombre maravilloso, detallista, caballeroso, fuerte, guapo, siempre con un peinado exquisito, con dinero, poder... Y, por supuesto, la dificultad de celebrarlo comiendo perdices... Jajajaja. Perdón, un poco de humor, que me ponía ya muy seria.

Y es que las princesas siempre formarán parte de nosotras. Para amarlas o rechazarlas, pero siempre están ahí como modelo de referencia.

Justo hoy volvía a ver por Facebook la ya famosa frase de:



¿Nos gustan los malotes? No sé. A mí me huele a despecho o a desencanto. Aunque no le falte razón a la frase.

Por otro lado el tema de los cuentos de hadas y princesas sigue siendo algo recurrente. Ya en 2006, cuando trabajaba en Research International (actual TNS) y empecé con la revista "inTrends" de tendencias, habíamos recogido ejemplos de campañas publicitarias basadas en los cuentos de hadas. Numerosas campañas. En diferentes sectores.

Hoy en día estamos de nuevo ante un revival de los clásicos. Con moralejas adaptadas a los tiempos o cambiadas, ironizadas o reformuladas. Pero desde un seguimiento bastante fiel al argumento e imaginario.

El blog de publicidad y fotografía de  Jessica García Tirado me lo ha puesto muy fácil a la hora de recopilar algunas de las múltiples imágenes que reflejan esta tendencia.









Y en el cine encontramos que los antiguos clásicos se reformulan para dar lugar a películas con tramas y argumentos actualizados pero siempre retomando una clara identidad visual, así como un evidente paralelismo con los cuentos originales.






¿Qué quiero decir con esto? ¿A dónde voy a parar?

Yo misma no lo tengo claro. Hace años, cuando empecé a reflexionar sobre el tema pensaba que simplemente necesitábamos un refugio emocional y que conectar con los cuentos de nuestra infancia nos aportaban ese punto de magia que la rutina o el ritmo frenético nos roba.

Pero hoy en día estos cuentos se retoman en clave adulta para ironizar o modificar roles clásicos: el príncipe no es tan ideal porque engaña a Cenicienta con la mujer del panadero, el cazador no es alguien sin sentimientos sino un ser atormentado y con sus problemas, Caperucita no es tan ingenua, el lobo tiene su atractivo y un largo etc.

Quizá lo relevante está en la pregunta o preguntas:
  • ¿Por qué necesitamos hoy en día modificar el cuento? 
  • ¿Por qué, simplemente, no lo dejamos como está escrito y buscamos nuevas historias? 
  • ¿Por qué existe esa inercia a meterse con el pobre príncipe azul? Por mucho que sepamos que no existe, ¿por qué esa necesidad de recordar su inexistencia? 
  • Y de pronto, ¿por qué rescatamos al lobo? Ese lobo feroz, que sí... será un ser fuerte, machote... un tipo duro... Pero recordemos que el origen del lobo se basaba en el "violador"
  • ¿Por qué necesitamos quitarle "magia" a estos cuentos? Si sólo eran cuentos... no debíamos haberlos creído a pies juntillas...


Son preguntas y más preguntas que cada uno pueda responder a su manera. Porque no pienso dar una respuesta ya que no la tengo. Ni siquiera mi opinión (aunque igual se intuye). Voy a hacer como los cuentos y a terminar la historia en un "vivieron felices y comieron ¡tarta de chocolate!" 

De todos modos, lo que vino después de la boda...¡¡¡nunca se supo!!! ¿O sí?




Fotos recogidas del blog de Jessica García Tirado



sábado, 15 de agosto de 2015

Rituales "a la carta"




Es jueves y necesito desconectar de mis muros. 

Voy a una cafetería con mis transcripciones para así sentirme arropada de "algo" con lo que poder interactuar en esa soledad. Y mientras leo y voy bebiendo mi té no paro de escuchar el ruido de una cucharilla dando vueltas dentro de - lo que imagino- es una taza de café. Pienso: ya debe parar, ya le ha dado miles de vueltas. Pero no. Sigue, sigue, sigue... 

Pierdo toda mi concentración y miro hacia atrás. Veo a un chico, solo como yo, pero que en vez de acompañarse por transcripciones, se acompaña por el movimiento incesante de la cucharilla dando vueltas y vueltas dentro del café.

Os aseguro que todo el azúcar se disolvió perfectamente... pero éste no era el objetivo. Lo que pasaba delante de mis narices (bueno, rectifico, detrás de mi espalda) era un bello ritual.

Los rituales son más necesarios de lo que a priori nos pueden parecer. Los rituales han sido siempre clave en las sociedades y los ritos de paso altamente relevantes: el pasar de un estado a otro, de una edad a otra, de un estatus a otro o incluso de un plano a otro. Rituales de matrimonio, de ruptura, de ascenso laboral, de muerte. Rituales de transformación. Tan necesarios para cerrar puertas para luego volver a abrir ventanas....  Tanto que no nos damos cuenta y pensamos que nosotros no necesitamos esas "chorradas".

Hace poco hablaba con varias amigas sobre el tema de las separaciones. Sobre dos casos distintos pero con un elemento en común: esas parejas separadas no habían redactado su convenio de separación, mantenían una separación verbal, acuerdos entre ellos pero sin ningún "papel" o "firma" de por medio. Y, curiosamente, en ambos casos la persona que menos de acuerdo estaba con la separación no estaba siendo capaz de "cerrar" la puerta, mantenía esperanza de retorno a través de múltiples actos y acciones... ¿Por qué? Pues porque no ha habido un cierre simbólico o rito de paso. Por mucho que se haya hablado, el paso de una situación a otra no se ha acompañado de manera "ritual", con lo cual la esperanza  sigue ahí y, lo que es peor, la agonía de creer poder recuperar lo perdido, el no ser capaz de cambiar de "estado" para seguir mirando hacia delante (y no hacia atrás).

Hoy en día, hay tantos rituales que seguimos y de los que no nos damos cuenta... Lo único que, desde mi humilde opinión, estamos avanzando de cada vez más a rituales más individuales y menos compartidos socialmente. Rituales más adaptados a nuestros gustos: "rituales a la carta".

Un ejemplo básico, clásico y tópico: las bodas.


Tradicionalmente las bodas se establecían bajo un ritual muy claro, casi rígido. Se seguían unas pautas comunes y aprendidas socialmente, de tal modo que ya todos sabemos qué va a pasar en cada momento (ahora viene el novio, la novia llega más tarde, el vestido tiene que ser blanco, el maquillaje discreto y virginal, un cura lee un texto, ellos dan el "sí quiero", tiran el arroz, se cortan la corbata, "que la madre de la novia bese al padre del novio", etc, etc...)

Pues bien, de cada vez más - también por la imparable tendencia de querer ser diferentes a la masa, querer mostrar nuestra "originalidad" - estos rituales de unión reciben múltiples modificaciones:

a) La entrada a la iglesia (o juzgado): ¿quién no ha visto vídeos en Youtube sobre vídeos de cómo la novia y el novio van bailando a ritmo de esa canción con la que se conocieron? Oh! qué original, qué divertido...
b) El vestido de novia: ha sufrido miles de adaptaciones (y no hablo del blanco roto). De hecho ahora la última moda es casarse con un vestido de novia de color rosa, azul o incluso estampado con los dibujos de tus niños (como el caso de Angelina Jolie)... 

c) Porque claro... ahora nos casamos muchas veces después de haber tenido niños... algo que igualmente rompe el rito clásico
d) ¿Y las bodas ibicencas? ¿A quién no le han invitado a una boda en la playa donde todos los invitados deben ir de blanco? Algo que rompe todos los códigos tradicionales ya que sólo la novia podía ir de blanco y era una falta de respeto utilizar dicho color.

Aquí podría dar un largo etcétera de modificaciones en el ritual clásico. Pero serían tantas que el post se convertiría en monotemático, así que prefiero dejar pensar al que quiera - como ejercicio - en todas esas alteraciones de la última boda en que ha asistido. Todas esas "originalidades" o "excentricidades" que hemos visto.

Pero en el fondo da igual. Nuestra sociedad permite y alienta estas alteraciones. Los rituales de cada vez más están hechos a la medida de cada uno, según sus gustos, su capacidad expresiva y su sensibilidad. Lo que no se modifica es la necesidad de un rito de paso. Sea el vestido del color que sea, te guste el country o el Ave María de Schubert, te guste el café o el té, te pongas tacones o bailarinas para salir de noche... da igual la forma. .

Necesitamos ritos de paso. Necesitamos cerrar para abrir. Necesitamos poner fin a cosas que no funcionan, que sabemos que no avanzan, que nos perjudican... para avanzar. Para dejar paso a que pasen otras nuevas. Y para ello necesitamos acompañarnos de ejercicios simbólicos que sirvan como recordatorio de ese cambio de estado.

También necesitamos ritos para acciones más simples y cotidianas como prepararnos a la hora de hacer algo, de tomar una decisión, de empezar el día.  Ese café antes de ponernos a trabajar (que para otros será un té o incluso un cigarro), esa cerveza con los compañeros después de acabar una jornada laboral.

De igual modo que por cuestiones físicas y de higiene debemos "enterrar" a nuestros seres queridos, debemos despedirnos y cerrar capítulo. Recordar, llorar y agradecer por todos esos momentos a su lado. De igual modo necesitamos cerrar otros temas ya sean de índole sentimental, físico o laboral. Y para ello nos ayudamos de estos ritos, muchas veces tan tan simples, cotidianos. 


El chico solitario del café no era consciente de su ritual. Tampoco será consciente de todo lo que me inspiró por su acto - en principio molesto -. El chico solitario del café estaba preparándose con su mantra propio para afrontar el día y sólo paró de dar vueltas a la cucharilla en ese preciso momento en que sintió que ya estaba preparado para dar el siguiente paso.


viernes, 31 de julio de 2015

Caballeros y damas: dos especies en peligro de extinción


"Cuando un desconocido te regala flores... eso es Impulso".

Este era el claim de un popular spot televisivo de los años 80 en el que se observaba cómo un hombre corría tras una mujer desconocida - gracias en parte a la fragancia que ésta desprendía - a la que perseguía por toda la ciudad hasta encontrarla para regalarle un ramo de flores como símbolo de su amor.



En su época ese tipo de historias eran atractivas, deseadas y románticas. El hombre era claramente el que debía de cumplir el rol de conquistador, el que debía ir corriendo detrás y por supuesto el único que debía arriesgarse a recibir un "no" por respuesta a sus proposiciones.

Sin embargo, hoy en día sólo provocaría incredulidad o incluso burla. No sólo porque el espectador se ha vuelto más exigente y menos ingenuo en términos de publicidad, sino porque los cánones de lo que hace un "caballero" enamorado han cambiado... en parte porque las "damas" también hemos cambiado.

Lo que popularmente se entiende por caballero responde a un código de conducta social en el cual sí que es cierto que se ponen de manifiesto ciertas desigualdades en términos de comportamiento. De este modo, algunas normas básicas de un caballero son:

  • Comportamiento educado en público
  • Tratar con respeto a una mujer: hablarla con educación, procurarle confort (ej. abrirle la puerta al salir del coche, retirar la silla de la mesa para que se siente mejor....), no traicionarla ni engañarla, no airear las intimidades con amigos, alabar sus cualidades, etc.
  • Tener detalles hacia ésta: flores, bombones o joyas en momentos especiales
  • Invitarla a cenar, llevarla al teatro, al cine, a escapadas románticas...
  • Y bueno, si ya tuviera caballo sería un caballero al completo. Pero hoy en día con un coche es suficiente.
Claro, obviamente la caballerosidad suele implicar una desigualdad económica entre ambos donde el hombre suele tener un mayor poder adquisitivo que ésta.

Y una "dama", ¿cómo se supone que debe ser?
  • Discreta,  elegante, incluso un poco tímida (al menos en la esfera pública)
  • Casi virginal, es decir, no se le debe conocer apenas relaciones afectivas más allá de la de su pareja actual. Como decían los Chunguitos: "el cristal cuando se empaña se limpia y vuelve a brillar, la honra de una mocita se mancha y no brilla más.... ni más ni menos, ni más ni menos".
  • Con modales, con saber estar (saber comportarse y relacionarle de manera educada en público)
  • No debe ir nunca detrás de un hombre, debe esperar a que éstos se acerquen (ojo, no quiere decir que no use técnicas para atraerles, pero éstas no deben ser muy evidentes o visibles sino que siempre quedarán en el terreno de lo "no dicho")


¿Qué ocurre hoy en día? ¿Por qué son especies amenazadas en nuestra sociedad? 

Lo cierto es que hay muchos motivos que influyen:

1) La era de las Amazonas o las Vikingas (como dice mi amiga Sandra):

Gracias a los bancos de esperma, a la liberalización moral de la mujer y a la normalización de la incorporación de ésta en el ámbito laboral, la dependencia frente a los hombres se ha minimizado. Ya no se necesita a un hombre para perpetuar la especie. 

De cada vez conozco a más mujeres que optan por la opción de inseminación artificial sin tener pareja. En este sentido, el creciente número de divorcios que existen hoy en día se utiliza como justificación de fondo: buscar pareja para tener hijos ya no es sinónimo de estabilidad, sino que muchas veces se asocia con problemas futuros al tener que coordinarse con el progenitor.

Esto no quiere decir que sea la norma hoy en día. El modelo estándar - lo que la mayoría busca o a lo que se aspira - sigue siendo el de formar pareja y tener hijos (y casarse con vestidazo!!). Sin embargo, en la medida en la que es una opción viable y llevada a cabo por muchas mujeres repercute en la mayor sensación de libertad de éstas. De controlar sus deseos en términos de maternidad con independencia de la idea de crear una familia (un cambio más relevante de lo que podemos pensar).


2) La muerte del príncipe Azul

Hasta Disney - en su último gran éxito como lo es Frozen - pone de manifiesto el fin del príncipe azul donde Hans - el supuesto príncipe azul que aparentemente se enamoraba de Anna - en el fondo sólo era un "trepa" y un traidor (¡menudo chasco, chicas!).
Y es que el mito de príncipe azul o del caballero que se enamora perdidamente de una humilde pero bella dama ha quedado totalmente obsoleto. 
















3) El fin de la "modosita"

Hasta hace bien poco la mujer debía mostrarse correctamente y no ser lo que se denominaba una "buscona". Una mujer "de bien" podía insinuar pero no decir.  Podía sonreír, pero no "descojonarse" de risa porque eso era vulgar. Y nunca, nunca, bajo ningún concepto, la mujer debía ser la primera en declarar nada a un hombre, eso hubiera sido propio de una "fresca" (por no usar otro adjetivo). 

Por tanto la mujer debía reprimir sus deseos y esperar a conseguir lo que quería a través de artes indirectas que muchas veces quedaban frustrados desde tanta y tanta sutilidad.

Pero hoy en día la mujer también reclama sus libertades en este campo de expresión. La mujer deja de ocultarse bajo una pose exigida de timidez y empieza a reclamar lo que desea de un modo más manifiesto y evidente.... Sí que es verdad que a veces resulta demasiado evidente. 

Lo "injusto" del tema es que tanto otras mujeres como muchos hombres siguen penalizando estas actitudes. Cuántas veces no habré oído a hombres quejarse del "peligro" de las mujeres separadas y de lo "a saco" que van. Algo que, por cierto, como bien sabemos, no se enfoca del mismo modo si es el hombre el que lo hace... Claro signo de que aún queda mucho por cambiar en nuestra mente para llegar a una igualdad de género en tantos y tantos campos...

En cualquier caso, el fin de esta mujer más "modosita", va acompañando al fin de las damas.

4) La equiparación económica: "a medias"
Mi admirada Helen Fisher en "Anatomía del amor" utiliza muchos paralelismos entre el comportamiento animal y el humano. Hay un ejemplo que siempre guardo en mi mente y que considero clave en este cambio o pérdida del caballero y la dama.
Según se había observado, la mosca "rastrera" macho (no es que insulte a la pobre mosca, es el tipo de mosca estudiada) en su proceso de cortejo a la mosca hembra la invita a "cenar" a un suculento manjar lleno de todos los insectos que pueda procurar. Esta invitación tiene un claro mensaje de fondo: soy capaz de procurar alimento para toda mi descendencia, cariño.
Hasta ahora, este mismo principio se podía aplicar al ámbito humano, pero desde que la mujer consigue su independencia económica esta necesidad se disipa. Ya no se necesita a un macho que asegure el alimento para la descendencia. 
Esto hace que también se pierda la necesidad de comportarse como un caballero que invita, que abre las puertas del coche o que se quita la chaqueta para que su "amada" no pase frío. 



En fin, existen muchos condicionantes socioeconómicos, cambios éticos y actitudinales que empujan al abismo a la figura de la dama y el caballero.

Pero si os soy sincera... me da pena. Perdonad si sueno moralista.... no lo suelo ser. Pero me da pena que se pierdan estos protocolos o rituales asociados a la caballerosidad o el romanticismo... No por nada, sino porque puede implicar que caminemos hacia una sociedad más fría, directa y donde no se deje espacio a expresar las emociones en forma de "invitaciones a cenar", "invitaciones al cine" o cualquier otra indirecta sutil.. aparentemente ingenua... Desgraciadamente, creo que es algo que avanza, algo irremediable...
Y lo peor es que como el ser humano es tan moldeable nos vamos acostumbrando a estos nuevos hombres y mujeres. No nos damos cuenta de lo que vamos dejando atrás. Por lo que me pregunto: ¿adónde vamos a llegar si prescindimos de protocolos? ¿que pasa cuando "todo vale"?


P.D. Caballeros (si es que queda alguno vivo)... a mí invitadme al cine, no renuncio a perder esa emoción... La cena la puedo pagar yo ;)

sábado, 25 de julio de 2015

La tiranía del "ir a más"


Mientras preparo el desayuno en la cocina escucho un anuncio en TV: "con el tiempo, los blancos se vuelven grises. ¿Y si el nuevo Vanish Gold pudiera cambiar eso?"


Vosotros diréis: ¿y qué tiene este mensaje de especial? ¿no es un anuncio más de detergente o similares? ¿no se basa en la misma estrategia que usan otras muchas marcas como Colon, Ariel o incluso - aplicado a platos y no a ropa - Fairy?

Seguramente sí pero en mí se han activado ciertos pensamientos e incluso recuerdos. Me ha dado qué pensar... quizá no por el contenido del anuncio en sí mismo, ni por su mensaje de producto, sino por la mentalidad que encierra de fondo: avanzar, mejorar, superar, ir a más, no detenerse, no parar... porque ¿parar es estancarse? ¿parar es "morir" en el caso de una marca?


Y de repente recordé el primer día que entré en una empresa en la que trabajé durante muchos años - y a la que tengo especial cariño -. Me había mudado de Barcelona a Madrid. Mi primera experiencia de trabajar tan lejos de mi hogar... y supongo que mis ojos eran muy similares a los de un búho, intentando asimilar de golpe todas las novedades. Y ahí encontré una gente que me arropó enseguida y que me invitaron a que fuera a comer con ellos. Era mi iniciación.

Durante aquella comida varias compañeras me explicaron el alto nivel de exigencia de la empresa y el sistema de los "appraisals" o evaluaciones de rendimiento. Y es ahí cuando empiezan las "historias de miedo": evalúan tu trayectoria y como no lo superes te echan de la empresa. Fulanito y fulanita fueron fulminantemente despedidos en los últimos appraisals porque no fueron capaces de superar el nivel y pasar al siguiente grado de expertise...

Claro, para mi - con mi alto nivel de autoexigencia - fue como una especie de golpe de angustia y presión. ¿Seré capaz de superarlo? Y si no... ¿cómo enfrentarme a que me despidan? A que te digan: no vales, no progresas, no vas a más... ¡Qué agobio sentí!

Luego te das cuenta de que las cosas son más sencillas o naturales que cuando te las cuentan, y que las evaluaciones son un mecanismo que se utilizan para mostrar externamente algo tan intangible como el "progresa adecuadamente".

Sin embargo, siempre me surgió una duda en este mismo campo: ¿y si ese técnico no progresa tal y como se le pide? ¿y si simplemente sigue haciendo sus cosas correctamente pero no tiene aptitudes para pasar de Jefe de Estudios  a Account Manager? ¿y si simplemente lo que no quiere es ser Account Manager porque la parte comercial que implica no va con su estilo? ¿qué pasará entonces? ¿se modifica el puesto? ¿se cambia a la persona? ¿o sale del sistema?

Mi reflexión de fondo es: ¿por qué hay que "progresar" de manera incesante? ¿porque no se acepta que simplemente sigas haciendo bien lo que haces? ¿y por qué hay que hacerlo en una única dirección: a más? Más blanco, más limpio, más rápido, con más vitaminas, con más variedad de sabores, o... bueno... menos calorías, menos grasas.

En el fondo el ir a "más" es la opción más segura desde el continuismo. Digamos que es la mejora más fácil y simple que hay... Es obvio, es directo, es lineal... pero, sinceramente, desde mi perspectiva es "aburrido" e inmovilista. Para mí "ir a más" no es "ir a mejor".

En esta empresa en la que trabajé se daba un gran peso a la innovación: cómo generar procesos de innovación, cómo crear nuevas ideas, cómo apoyar lanzamientos de productos innovadores, etc. Y recuerdo que en muchas presentaciones siempre partíamos de una frase de John Ford - algo así como un gran insight - : "si les hubiera preguntado a mis clientes qué querían, me hubieran dicho que un caballo más rápido"... pero claro, de ese  modo nunca hubiera llegado a crear lo que creó: el primer coche.

Y esta es la clave del progreso para mí, quizá porque siempre me han convencido las teorías "difusionistas" donde el "ir a mejor" implica abrir la mente y recoger inputs ajenos a la categoría, ajenos a tu cultura, ajenos a tu modo de ser. Abrir la mente y romper esquemas. Entender que el "ir a más" se agota en su propia definición... tiene una fecha de caducidad preconcebida ya que de antemano sabemos que llegará un punto en el que física y humanamente no se pueda ir a más.

Y todo este rollo (o "paja mental") para qué, ¿qué quiero decir?  Básicamente para llegar a dos reflexiones:


  1. "Ir a más" no siempre implica una mejora. Incluso ir a más puede suponer ir a menos en la medida en que te enfocas en el más y no ves que lo que se necesita es un cambio, una ruptura. Romper con lo existente para abrir paso a nuevos conceptos. Me explico, tomando el ejemplo de Vanish, si mañana voy al supermercado y veo 4 tipos de Vanish... ya no voy a saber cuál es el que me da "más", miraré el precio y los beneficios que me comunica, pero me confunde y me hace sentir que si realmente ha mejorado la fórmula en el último producto, entonces ¿por qué mantiene el resto? Sin embargo, si el mismo Vanish lanza un nuevo formato, un nuevo sistema o lo que sea, ahí ya sí que tendré una sensación de mejora real (o al menos una intención más valiente de mejora)
  2. "Quedarse dónde se está" (ej. mantener una fórmula, mantenerse en un mismo puesto a nivel laboral, mantener la misma esencia en un logotipo....) no tiene porque ser negativo, ni sinónimo de no avanzar, sino que también puede indicar el haber alcanzado el nivel óptimo.
En definitiva, se trata de entender en cada caso qué es lo necesario. Se trata de que nos independicemos de la "tiranía del ir a más".



miércoles, 4 de febrero de 2015

¡Escondeos pollos que llega el domingo!




Es domingo.  
Camino por la calle bajo un brillante e inofensivo sol de invierno que llena los poros de  mi piel de luz y energía.
El viento desordena suavemente mi pelo y entonces… ¡un fuerte aroma a pollo a l’ast me envuelve por completo!

¿¡Qué le vamos a hacer!? Es que es domingo y durante los domingos – al menos en Barcelona y alrededores – tiene lugar el gran día del Sacrificio del Pollo.



Si viniera de otra cultura y tuviera que describir este fenómeno, en mi diario pondría algo así como: “miles de pollos amanecen decapitados, pelados y empalados tal y como Vlad lo hiciera en sus tiempos gloriosos (con personas).  Giran y giran ungidos con unas salsas aromáticas sobre un horno vertical que les va dorando lenta y homogéneamente para que horas después sean vendidos a numerosas personas que hacen cola tras el mostrador y que luego parten orgullosos a sus hogares con sus pollos bajo el brazo.”

Fuente: la-servilleta.blogspot.com

¿Tradición? ¿Costumbre? ¿Resultado del ritmo de vida frenético en el que no nos perdonamos el no tener sin planificar lo que haremos en los próximos 5 minutos? Igual un poco de todo.

La cuestión es que a partir un simple y decapitado “pollo” podemos acercarnos a entender algunos síntomas de nuestra sociedad desde un día como el domingo:

  •           El domingo es para relajarse:  disfrutar del tiempo libre junto con amigos o familia, pero sin la presión que supone “tener que hacer la comida” en una franja horaria concreta. Por tanto, la certeza o tranquilidad que ofrece el saber que puedes encargar o comprar un pollo a l’ast influye positivamente en el relax buscado porque “si no tengo plan de comida, siempre podemos buscar un pollo”.


  •          El domingo es para transgredir “un poquito”. Cuando se compra el pollo ni se piensa en sus grasas, ni en sus calorías ni en su aporte proteínico (por mucho que lo tenga). Además éste no suele venir sin compañía a la fiesta. ¿Qué sería de un pollo a l’ast sin su bandejita de patatas fritas o refritas al lado? Y es que de lunes a viernes se trata de hacer “bondad” a nivel de alimentos sanos y saludables (aunque ahí cada uno marca su definición de sano), pero durante el domingo nos volvemos más flexibles y nos acordamos de que hay que “vivir” y disfrutar. Un pequeño gesto que ayuda a regular el equilibrio obligación-placer que la mayoría se marca. Fácil de entender: si todos los días comiéramos pollo a l’ast (o cosas que nos gustan) acabaríamos aborreciéndolo enseguida.

  •           El domingo es para no estar solo: aunque puedes comprar medio pollo a l’ast… la costumbre es que esto sea algo que se comparta en familia (o con amigos). Una vez, hablando con alguien que vivía solo le dije: “también podrías comprar medio pollo a l’ast y así no tienes que cocinar nada”, a lo que me contestó que si hiciera eso, sentiría mayor soledad de la que ya sentía. Y es que hay comidas asociadas al “compartir” a un entorno más “festivo”. Así que si estás solo/a, mejor a la plancha que a l’ast.



Más allá del domingo, la propia oferta de los pollos a l’ast también puede usarse como indicador de algunas tendencias en nuestra sociedad. Y es que los pollos también se sofistican y diversifican en términos de oferta.



Hace años el pollo a l’ast era eso:  un pollo. No había opción donde elegir. Como mucho eliges el punto de venta porque conoces a la dependienta, lo descartas porque el dueño es un estúpido, o te decantas porque te ponen más salsa o las patatas son más gordas… Pero hoy en día podemos encontrar diferentes castas de pollos:

1)   Están los pollos “parias” o de clase baja. Son esos cuya vida en la tierra ha sido un infierno (según dicen por ahí, claro). Han vivido en condiciones pésimas de espacio, no han podido disfrutar de la luz del sol, ni han podido enamorarse entre ellos porque su misión era trabajar (engordar) y morir. Pobres… incluso después de su muerte no se han hecho de valer y es por ello que son los más baratos, son aquellos que si no acabas y tienes que tirar no sientes que pase nada. De hecho,  los que pueden aspirar a otra clase social de pollos los rechazan porque se asocian con carne “estresada”. Algo que siempre intentamos evitar en domingo, ¿verdad?.
2)   Luego están los pollos de clase media o “nuevos ricos”. Estos se acercan un poco más a la idea de lo que debería ser una vida más digna. Se les ha dejado más espacio para disfrutar y moverse, han podido respirar más aire libre… igual hasta se han enamorado… ¿¡quién sabe?! Aunque no siempre han recibido una alimentación todo lo saludable que hubieran querido. Cada lugar los llama de un modo (camperos, criados al aire libre…). Nosotros los identificaremos porque son un poco más caros que los pollos “parias”, pero tampoco representan una gran diferencia.
3)   Finalmente están los “aristopollos” o de clase alta. Estos no sólo han vivido a sus anchas pudiendo disfrutar de la vida, sino que también han comido mucho mejor y de manera “natural”.  Asimismo suelen ser más grandes para demostrar su diferenciación y “poderío”. ¿Cómo los conoceremos? Porque su precio puede duplicar o triplicar al de los “parias”, porque su presentación es más espectacular y porque nos los intentarán vender activamente.

¡Oh pollos! Tan relevantes y tan desmerecidos, tan deseados y tan ninguneados … hasta tal punto que hablar de “polladas” es sinónimo de hablar de absurdeces. ¿Qué sería de los domingos sin vosotros? ¿qué serían de las dietas de gimnasio sin vosotros? ¿qué sería de KFC sin vosotros?

Al menos, queridos pollos, se vislumbran tiempos mejores para vosotros en la medida en que el auge de lo ecológico y la conciencia hacia una vida digna animal sigan avanzando como valores estables en nuestra sociedad… siempre y cuando acabe la crisis y los precios lo permitan.

¡Digna vida al pollo! Ya que muere por nosotros, que nosotros les hagamos algo de honor y tributo a su involuntario sacrificio.



P.D. Hablo de domingo... pero también se puede aplicar al sábado... aunque hay algunos matices el sábado, claro. Es un día de más opciones, donde el pollo compite con más alternativas fuera de casa. Pero por el resto aplica.
En cuanto a comer las sobras del pollo del domingo en sábado... eso es honrar al pollo, sí señor! Oh haber calculado muy mal en la compra ;)